top of page

Crítica: Beetlejuice Beetlejuice de Tim Burton



ree

El regreso del famoso fantasma se inscribe en la sobreexplotación de la nostalgia del cine de estudios contemporáneo.


El fantasma carraspero


Que la oferta actual de la industria cinematográfica esté llena de secuelas, precuelas, intercuelas, remakes y soft reboots, nos grita que esta tendencia no se irá pronto y que, al contrario, buscará explotar aún más la «nostalgia» para recuperar la taquilla que la pandemia dio por perdida y seguir en la batalla contra los hábitos huraños que nos dieron las plataformas de streaming


Para algunos, esta tendencia permitió avanzar con historias que de otro modo no habrían podido continuar, como el caso de Denis Villeneuve y su Blade Runner 2049 (2017), que marcó un hito para la ciencia ficción actual; Ryan Coogler con Creed (2015), con la que heredó la historia de Rocky sin convertirse en su sombra; Joseph Kosinski, quien logró abarrotar las salas con Top Gun: Maverick (2022) o más recientemente Fede Álvarez y su muy bien recibida Alien: Romulus (2024). 


Sin embargo, otras cintas han caído en el juego de la nostalgia con llamadas al pasado servidas en un cascarón vacío. Algo que secuelas como Jumanji: en la selva (Kasdan, 2017), Cazafantasmas: el legado (Reitman, 2021) o Un príncipe en Nueva York 2 (Brewer, 2021) no entendieron es que las obras originales fueron producto de un tiempo que más que vivir abarrotado de franquicias sobreexplotadas lo hacía entre historias que marcaban época. 

En ese sentido, la secuela de Beetlejuice (Burton, 1988), Beetlejuice Beetlejuice (Burton, 2024), está atrapada en un limbo entre ambas cosas: una secuela nostálgica que poco tiene que ofrecer y a su vez, un esfuerzo de su creador, Tim Burton, por mostrarnos que todavía puede ser relevante.



ree



Hecha hace casi cuarenta años, la primera cinta fue pensada como una comedia de horror, un tipo de «género» muy popular en aquellos años por su capacidad de ser entretenimiento para adultos en un sábado por la noche, por dar ejemplos: Elvira, reina de las tinieblas (Signorelli, 1988), La muerte le sienta bien (Zemeckis, 1992) o La tiendita del horror (Oz, 1986). El resultado fue una sórdida comedia oscura con elementos del cine de horror de los cincuentas y el expresionismo alemán llevado a términos pop del gótico ochentero que se ganó el estatus de culto por la forma en la que las audiencias más jóvenes la conocieron con los años, a través de la televisión o de cintas alquiladas. 


Para la ansiada secuela, Burton, que lleva varios años y películas sin un home run, reunió a parte del reparto original: su protagonista el superfantasma Michael Keaton, quien apenas fue medianamente bien recibido al repetir otro gran rol de su época Burtoniana; su gran estrella, la eterna Winona Ryder, a quién desde Stranger Things ya hemos visto en ese papel de madre ansiosa; y la encantadora Catherine O’Hara, quién como Delia Deetz, se siente como lo más auténtico de la cinta. 


Dentro de las adiciones destaca su nueva colaboradora de cabecera, Jenna Ortega como Astrid Deetz, a quien el cineasta ya había vestido de negro en Merlina (2022) y quien figura como una de las grandes Scream Queens de nuestros tiempos. También introduce otros personajes nuevos a la fórmula, como los interpretados por Monica Belluci, Justin Theroux y Williem Dafoe, secundarios que a pesar de ser disfrutables resultan intrascendentes.


Aunque buena parte de la historia ocurre en el más allá, conserva un núcleo bastante humano y familiar. Si en la primera cinta, los fantasmas de Alec Baldwin y Geena Davis vieron en Lydia a la hija que no pudieron tener en vida, acá Burton nos presenta una historia con mayor sustancia, pero perdida en la aparatosa ejecución: la de una madre que sana sus heridas con su hija luego de ignorar por años la muerte del esposo y padre de la familia.



ree

«Beetlejuice Beetlejuice se convierte así en una comedia familiar que sirve al propósito de entretenimiento para todas las edades que el estudio busca»

La historia avanza con un estilo similar al del corte original, expandiendo su crisol de referencias pop, como la secuencia del pasado de Beetlejuice, donde intentan justificar la existencia de Belluci, con una fuerte inspiración en La máscara del demonio (1960) y otras cintas clásicas de Mario Bava. Asimismo, un gag al programa de música disco Soul Train, en referencia al tren que se lleva las almas al descanso eterno, en una secuencia divertida pero infructuosa. O la escena del bebé diabólico que comienza sintiéndose como un momento atroz del mejor Chucky y termina como un chiste ácido a la bebé de Transpotting (Boyle, 1999). Incluso una secuencia musical en el clímax de la historia, que, si bien no pretende superar a las vistas en la primera, su vistoso artificio nos remonta a otros musicales de horror como Rocky Horror Picture Show (Sharman, 1975).


En esta secuela, Burton reinventa algunas cosas de su discurso inicial no sin antes buscar la complacencia del estudio, que al igual que con otras franquicias, busca poner de nuevo artículos coleccionables sobre los anaqueles y aprovechar el inicio de la Spooky Season para llenar los bolsillos de los involucrados. 


Beetlejuice Beetlejuice se convierte así en una comedia familiar que sirve al propósito de entretenimiento para todas las edades que el estudio busca, un viaje divertido y vistoso para el espectador que le hace pensar que valió la pena el elevado coste del boleto y una bocanada carraspera a la filmografía de un cineasta que vio mejores y más originales años. 

Si acaso, podemos culpar de las fallas y la poca originalidad de la secuela al contexto que la produce, porque a mí parecer, tanto la primera como la segunda del “bioexorcista”, son coherentes con la intención del tiempo que las vio nacer, pero esta segunda no está precisamente alineada a la mera necesidad de continuar una historia.

Publicado originalmente en Fotogenia en septiembre de 2024.

Comentarios


bottom of page