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Crítica | C’mon C’mon: Siempre adelante de Mike Mills



Crítica de «C’mon C’mon: Siempre adelante» de Mike Mills | La cuarta película del realizador de «Beginners», que se exhibe en la Muestra Internacional de Cine, retrata la brecha generacional en cuanto al tratamiento de una emoción.


Sobre cómo navegar el sinuoso mar de las emociones


«Entre los rotos nos reconocemos fácilmente. Nos atraemos y repelemos en igual medida. Conformamos un gremio triste y derrotado. Somos la aldea que se fundó junto al volcán, la ciudad que se alzó sobre terreno inestable».

–Entre los rotos, Alaíde Ventura.


¿Cómo enfrentamos el hastío de la cotidianeidad? ¿El bloqueo creativo que nos produce la desesperanza? ¿Cómo superamos la incertidumbre del futuro cuando el presente se tambalea? En C’mon C’mon: Siempre adelante (C’mon C’mon,2021), su cuarta y más reciente película, el director Mike Mills pone sobre la mesa un viaje hacia los adentros de tres personajes particulares y, con ellos, hacia las emociones humanas más transparentes.

Tras varios años de ausencia, el director responsable de películas como Beginners: Así se siente el amor (Beginners, 2010) y Mujeres del siglo XX (20th Century Women, 2016) logró superar una frustración emocional que le impidió continuar creando durante el último lustro. Como una constante en el proceso creativo del cineasta norteamericano, cada una de sus últimas películas cuenta con varios años de distancia, pero las similitudes no terminan ahí, pues las tres se ven unidas por una fuerte temática: las relaciones filiales.

Si en Begginers Mills puso el foco en la figura paterna atravesada por el duelo y en Mujeres del siglo XX reflexionó sobre la maternidad a través del filtro de la adolescencia, en C´mon C´mon se acerca a la relación que él mismo ha tenido con el crecimiento de sus hijos. En la película Joaquin Phoenix interpreta a Johnny, un hombre maduro, desmotivado y con el corazón roto. Johny vive a merced de lo que su empleo como periodista radiofónico le dicte y no tiene ninguna otra responsabilidad o motivación que «sacar la chamba».


El trabajo de Johnny consiste en visitar diversos lugares de los Estados Unidos para entrevistar a niños de diferentes edades, etnias y clases sociales, cuestionándolos sobre sus aspiraciones y predicciones para el futuro. Algunas entrevistas son esperanzadoras, otras cínicas, incluso alarmantes; otras simplemente vanas, sin embargo, todas preservan una honestidad que, de acuerdo con el equipo, no encuentran en los adultos. Pero no es hasta que a su vida llega Jesse (Woody Norman), hijo único de su hermana Viv —de quien se ha distanciado tras la muerte de su madre a consecuencia de una compleja relación familiar—, que la brecha generacional se profundiza.

Para Mills la relación entre dos generaciones tan distantes es una oportunidad para dialogar y reflexionar sobre las diferencias en la educación emocional, pues durante los viajes que Johny y Jesse emprenden crean un universo propio, un lenguaje que solo ellos entienden, aunque a veces sea imposible de traducir.

El pequeño de tan solo nueve años ve en este cuarentón una extraña figura paterna luego de que la suya atravesara una crisis nerviosa que terminó por disolver a su familia. Jesse es un joven brillante, excéntrico y curioso, pero no deja de ser un niño que está aprendiendo a comunicar sus emociones más oscuras y para ello recurre a fantasías como una falsa orfandad o personajes que ejercen diversos oficios y a través de los cuales se relaciona con los adultos a su alrededor. Por su parte, Johnny es un hombre distante, perspicaz, observador y sensible que ha perdido el encanto por la vida y se recarga en los dolores que le pesan sobre la espalda: la muerte de su madre y la partida de un ser amado, por lo que ve en el infante un espejo de sí mismo buscando su lugar en el mundo tras no saber dónde colocar su tristeza.



Al mismo tiempo, el pasado de Johnny y Viv, con todos sus traumas familiares, nos habla de que estos dos «rotos» fueron testigos de la misma guerra, pero no desde la misma trinchera. Las constantes peleas y desencuentros entre los tres nos muestran que ni él, ni ella, y cuanto menos el pequeño Jesse, saben cómo navegar el sinuoso mar de las emociones. «No sé si eres tú el que está mal criado o yo estoy mal criado», le dice Johnny a Jesse, reconociendo su incapacidad de hacerse cargo de otro ser humano.

Con postales de inestimables sitios como Nueva York, Nueva Orleans o Detroit, Mike Mills nos lleva a un viaje en el que estos personajes se conocen mejor a sí mismos y se reconocen en conjunto. Para Mills este viaje fue solo un pretexto para mirar hacia sus emociones, de igual modo que como espectador uno recuerda y revive sus propias añoranzas, sus viejas costumbres olvidadas y se pregunta, al igual el director lo hizo en su momento, ¿qué espero yo para mi futuro

La respuesta, tan personal como la película misma, dependerá de la apertura que cada espectador tenga hacia esta tierna historia, por lo que los invito a dejarse abrazar por el resabio de nostalgia y compañía, igualmente presente en el resto de las obras de este cineasta.

C’mon C’mon: Siempre adelante de Mike Mills formó parte de la edición 71 de la Muestra Internacional de Cineteca Nacional y este texto fue publicado en Fotogenia.

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