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Crítica: ¿Qué es lo que vemos cuando miramos al cielo? de Alexandre Koberidze

Crítica de «¿Qué es lo que vemos cuando miramos al cielo?» de Alexandre Koberidze | Después de aparecer en varias de las listas a lo mejor de 2021, el segundo largometraje del cineasta Georgiano llegó como uno de los estrenos estelares de la plataforma Mubi.

Una tierna fantasía El cine es un mundo que crea otros mundos, es un lugar para realidades alternas o fantasías inusuales que solo podemos ver en sueños e intentamos transportar a nuestra realidad. El cine es, también, un espacio donde se ponen en común las ideas, sentimientos y visiones profundas de nuestros adentros; uno que se construye a través de su propio lenguaje, que nos es familiar y al mismo tiempo ajeno, por lo que la búsqueda de sus códigos y sus convenciones ha obsesionado a los y las artistas desde sus inicios a finales del siglo XIX. El georgiano Alexandre Kobridze continúa con lucidez la tarea que supone la creación cinematográfica y encuentra en ella un campo de juego, un lugar para la magia y el amor, pero también para responder a su inquietud artística. En su segundo largometraje, ¿Qué es lo que vemos cuando miramos al cielo? (Ras vkhedavt, rodesac cas vukurebt?, 2021), el cineasta propone una fantasía que gira en torno a Lisa y Giorgi, dos personajes que se encuentran azarosamente afuera de una escuela y acuerdan con timidez una cita en un café, pero encuentra en su universo mil y una historias más.


Después del encuentro, Lisa es abordada por cuatro elementos inanimados: una planta, una cámara de seguridad, una canaleta y el viento, quienes le advierten que ha sido víctima de un mal de ojo que le provocará una maldición, sin embargo, su advertencia queda inconclusa cuando el ruido citadino opaca sus voces. Entonces, Lisa no sabe que, a la mañana siguiente, su cuerpo, al igual que el de Giorgi, será otro; además, ambos perderán su mejor talento: ella la medicina y él el fútbol. Es en el momento que la maldición surte efecto, cuando Koberidze, narrador de su historia, pide al público cerrar los ojos para que al abrirlos encuentre a otra actriz en la cama de Lisa y forme parte del juego. En su búsqueda de los códigos cinematográficos, el cineasta regresa al asombro simple pero poderoso de los trucos de Méliès y otros cineastas de la época silente.

Decepcionados por su fallida cita gracias a la maldición, Lisa y Giorgi se ven obligados a buscar una vida en su nuevo cuerpo, para coincidir trabajando para el mismo sujeto, sin saber que se trata del otro que le dejó plantado. En su imaginario, Koberidze busca una magia, un hecho imposible e improbable, que no solo sirva como metáfora del enamoramiento, sino como una búsqueda estética. Todo lo que le sucede a este hecho no es más que un mosaico de encuentros, retratos y búsquedas. El empresario intenta ganarse la vida en un café, la ciudad se prepara para el mundial, dos perros callejeros no se ponen de a cuerdo para ver los partidos, un grupo de niños juegan todos a ser Lionel Messi y una fotógrafa y dos cineastas buscan parejas para un proyecto.

Ocurrida en la ciudad postsoviética de Kutaisi, de donde es originario el abuelo del director, la fantasía de Koberidze no solo recuerda a la magia del primer cine, sino a las olvidadas (u evolucionadas) sinfonías de las ciudades que ocurrián durante la expansión del cine como instrumento mediático y como espacio artístico. Películas como El hombre de la cámara (Vertov, 1929), Douro, Faina Fluvial(Oliveira, 1930), A propósito de Niza (Vigo y Kaufman, 1930) o Dos o tres cosas que yo sé de ella (Godard, 1960) encuentran en la simpleza de Koberidze un eco poético de una ciudad que no precisamente brilla en la historia asiática-europea; es la visión enternecida del cineasta y su pesquisa de la maravilla, lo que convierte a esta pequeña ciudad y sus habitantes en seres llenos de asombro y sorpresa, en donde celebran una ficticia copa del mundo en manos de la escuadra argentina y donde Lisa y Giorgi se reencuentran en el mismo espacio que les dio vida en primer lugar: el cine. ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? resulta en una fábula tan cálida como los rayos del sol que enmarca la fotografía de Faraz Fesharaki, tan simple como el primer cine y tan pasmosa como la magia que encierra su lúcido montaje.

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